DESORDENADAMENTE
 
Desordenadamente, amanece deprisa para los que esperan desoladoramente que el día no comience. La luz se descompone en luces que cambian poco a poco el color de las casas, nos deja reconocer el olvidado sueño de la tarde sin prisas; esa propuesta herida por la sospecha o trino de pájaros cansados de volar sobre nosotros. Así quedamos torpemente, buscando sin demora lo que creímos nuestro, aquello que dejamos al borde de la ira, sin censura ni nombre; sólo guardado en la memoria, como se guarda el beso sin amante, para que el tiempo sea testigo de la herida.
         Desordenadamente, amanece deprisa y la memoria grita desoladoramente nombres que no sabemos si existieron de veras; azules calendarios sin números en rojo; ideales desnudos de palabras; creencias inventadas sobre la vida misma que, marcaron la vida, inventando futuros, haciéndonos creer que la vida es un tiempo en manos de los dioses; esos dioses ocultos que siempre nos acechan, como fuego sin humo.
         Desordenadamente, caemos en la idea de creernos a salvo; de pensar en misterios aún desconocidos, para perder el tiempo que nos muerde las horas con su inmensa palabra desolada y perfecta, como la vida misma. Y no somos capaces de cerrar los silencios y abrir nuestras ventanas a esa luz que nos llama, a fuerza de iluminar lo que la vida calla, entre futuro y miedo.

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