LAS
CIUDADES NOS MIENTEN
Llegamos a saber de las
ciudades el rostro interminable de las calles sin tiempo. Anochamos los
triunfos en las camas sin límite de las adolescencias y, el resto de los días,
los guardamos en celofanes transparentes, para que puedan contemplarnos,
luciendo la esbeltez del último disfraz de las «tendencias».
Paseamos sus calles en silencio, comprobando que nadie está
donde los juegos fueron cicatrizando heridas de inocencia. Confundimos la
puerta donde un día corrimos a guarecernos del aguacero primaveral, y aspiramos
el aire fuertemente, para ver si el recuerdo nos trae a la memoria la última
fragancia de aquella juventud.
Las ciudades nos mienten, cuando dejan que hablemos de un
tiempo que escondemos adentro del recuerdo; nos dejan contemplarnos recorriendo
sus calles, abriendo las ventanas donde fuimos creciendo; saludando a las
gentes que un día conocimos; saboreando el tiempo que nos tocó vivir y, nos
dejan creer que, siempre fuimos felices.
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