LEJANÍA
La lejanía esconde rotas piezas que un día construimos
con las manos y ese pulso alterado que jamás se deshizo de la rotundidad.
No es rotura eclesial, ni epifanía de truenos, ni resorte
dormido de tanto despertarse en las noches sagradas. Tampoco la blasfemia del
ritmo acompasado de unas caderas jóvenes, a punto de saciar toda su longitud.
El extremo se pierde ante los ojos núbiles. Toda la
lejanía se despreocupa y nace, se despreocupa y muere, se despreocupa y es.
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