HAN
CAÍDO LAS MANOS
Han caído las manos hacia
el interior del cuerpo en busca de lo que un día guardamos entre salivas
tragadas a destiempo; la duda nos sumió en ese escalofrío que rompe las
noches-porcelana, como si un viento traspasase cristales y paredes con su
invisible fuerza. Lo negado conduce nuestros pasos hacia la desesperación y,
nadie nos comprende, a pesar de hacer de la palabra, un «amuleto» ebrio de
esperanza y vida.
En el cuerpo las manos desconocen por dónde van los sueños;
adónde la tristeza nos conduce; por qué la noche guarda los recuerdos, para
hacernos con ellos una vigilia lenta, como el miedo sin voz de las infancias.
Han caído las manos hacia el interior del cuerpo y allí,
descolocadas, sin fragancias ni afeites, se reconocen solas, perdidamente
solas; como si el tiempo hubiese partido de nosotros y nos dejase rotos en ese
andén sin tren que ayuda con su silencio a despejar las dudas. Las manos tiran
hacia arriba del peso de las maletas; no podemos con ellas, las fuimos cargando
demasiado a lo largo del viaje; y hoy, no sabemos qué quitar de su fondo
misterioso, para poder llevarlas calle arriba.
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