DE PEQUEÑO intentaba alardear de lo supremo. Desconocía el rito de lo excelso y buscaba en lo etéreo, la solución al mito incuestionable de la interrogación. Llamaba por su nombre, lo nombrable; escogía los silencios, cuando la voz se alzaba y nadie se escondía en el lugar secreto de la desolación.
De pequeño, la astucia irrenunciable de lo cierto, representaba el grito sin palabras de aquello que nos dieron, sobre un mundo que, apenas inventado, se hacía imprescindible bajo el sueño.
De pequeño…
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