14 DE SEPTIEMBRE

Ese día que el manzanareño nunca olvida, ha llegado, y la esperanza que todos escondemos en nuestros sueños, sale, y se deshace entre las manos, como el hielo deshace su figura en los veranos. Hoy, sabemos que la vida nos adorna la frágil ceremonia de encontrarnos una vez más, ante la imagen —eternamente sola— de Jesús en su Caída. Somos ese mirar sin ver, lo que oculta la soledad del miedo. Siempre estamos ante sus ojos, rogando que nos llene de amor, las palabras que faltan en nuestro cruel silencio. Todos, caemos ante la tentación de olvidar la estrofa, mientras nos alejamos torpemente, de esos ojos, que, viernes tras viernes, desnudan nuestros ojos al abrir la puerta de su ermita. Jesús en su caída, nos advierte y nos busca en la penumbra del frágil calendario que, la vida, nos hace repetir, día tras día, sin esperanza alguna de olvidarnos de lo cierto. Perseguimos la vida que soñamos, mientras la vida agrede la magnitud del tiempo y sus propuestas, nos hace repetir lo que buscamos, y nos obliga a ver la incertidumbre en la pantalla ciega; ese trozo de “vida”, al que nos hemos ido acostumbrando. La ausencia de Jesús en nuestra vida, nos hace recordar dónde nacimos, nos obliga a rezar en los silencios, mientras buscamos torpemente su figura en la estampa dormida entre los sueños. No hay mejor certidumbre de nuestro nacimiento, que vivir lejos de Manzanares; tener la esperanza de poder visitar la ciudad en este día y, encontrarnos una vez más, ante la imagen que, en su silencio, nos ayuda a sentirnos parte indisoluble de la ciudad donde nacimos. Nosotros, los que vivimos aquí, no damos importancia a estos sentimientos, por eso, habría que pedirle a nuestro Patrón, Nuestro Padre Jesús del Perdón, que, interfiera, para que no tengamos nunca que dejar Manzanares. Antonio García de Dionisio

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