LA SIESTA

 


 

En la agostada luz de la tarde, la escariada voz de los acechos, deja a los árboles mecer sus angustias en la dormida fragua de la siesta. El aire acondiciona la rareza del fuego y reza sobre la sequedad del río, palabras humeantes, como desnudos vidrios en su reflejo y su horma desigual.

Caen lágrimas de sudor sobre la cara del último labriego sin coraza; todo refleja el gris azucarado de un cielo sin distancias, amargamente extraño; perdido en la odisea de los triunfos, que, el ser humano encierra en la caja sin dueño, del último epitafio de la siesta. Agosto, deja su voz de niño extraño, cantando soledades en los charcos.

 

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