NUESTRO RÍO SECO

 


 

Echo de menos el paso ensimismado, al recorrer el margen de este río que espera el agua y la belleza de la vida en su cauce. El agua que hoy le falta, nos corona el silencio y nos deja pensar la escurridiza voz de lo que fuimos, buscando entre las aguas la rana croadora que, a veces, saltaba ante los ojos, y nos dejaba sentir bajo su salto, ese trozo de vida que hoy nos falta.

Echo de menos tanta belleza efímera, que, a veces me embeleso, en querer armonizar la música que la tarde encerraba en su cárcel de viento, mientras las golondrinas surcaban los espacios, en busca de ese barro que —hoy no tienen— para formar su nido; me distraigo en pensar que solo somos la parte sideral de la pregunta; ese trozo de miedo sin palabras que, guardamos despacio, pensando que algún día sabremos derrotar lo que nos dicen.

Echo de menos ir a ver el agua del río y buscar esa pequeña piedra plana, para lanzarla sobre las aguas quietas, y hacer con ella, la cucharilla extrema que repite su salto, tantas veces y nunca.

 

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