LA ESTATUA QUE SOMOS

 


Coge el patinete,

y se dispone a surcar la calle

como una estatua viviente

en su trono móvil.

 

Se cruza con un anciano,

y su silencio asusta

al andador de turno,

que, apenas si se hace,

con la imagen de la estatua

que roza su cuerpo casi.

 

(Poderoso el silencio

que cruza inalterable y firme

por la acera prohibida.)

 

Corre el patinete, y abre la mañana

su futuro y sus juegos, su dolor

y sus rabias por no poder hacer

de estatua silenciosa,

en su trono con ruedas, y su silencio

antiguo.          El patinete corre…

 

Y el anciano sueña

con la estatua que somos,

andando silenciosos

por la acera prohibida.

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